Compañero fiel y el mejor guardián.

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En 2007, después de ver morir a su perro, Bailey, una cruza de schnauzer y poodle de 15 años, Ron Gillette y su esposa, Ann, buscaron otra mascota durante meses. “Adoro a los perros”, afirma Ron, de 65 años, empleado de mantenimiento de un gimnasio en Waukesha, Wisconsin. “No imagino mi vida sin tener uno”. Finalmente, en un refugio de animales en Milwaukee, encontraron a Óscar, un perrito cruza de poodle y terrier de Yorkshire. “Era increíblemente bonito”, señala Ron. Óscar se adaptó rápidamente a su nue-vo hogar, y todas las noches dormía en la cama de sus dueños.

Ron, quien padece diabetes desde hace 25 años, tomaba puntualmente insulina cuatro veces al día y muy rara vez tenía problemas. Pero el 17 de marzo de 2009, cerca de las 3 de la madrugada, se levantó de la cama para ir al baño. “Debo de haber tomado una dosis equivocada de insulina antes de acostarme, porque mi concentración de glucosa era peligrosamente baja”, recuerda. De pronto cayó al suelo, y quedó tendido entre una báscula de pie y el escusado.

“Normalmente, Óscar da unos ladridos débiles. Es muy callado y se porta muy bien”, prosigue Ron. “Pero cuando di contra el suelo, empezó a aullar como un animal salvaje”.


“Parecía un perro del infierno”, admite Ann, que despertó asustada por los aullidos. “No sabía qué pasaba. Fui al baño y vi a mi esposo tirado en el piso, inconsciente”. Corrió al teléfono y llamó una ambulancia.



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