El diablo y yo nos entendemos como dos viejos amigos. A veces se hace mi sombra, va a todas partes conmigo. Se me trepa a la nariz y me la muerde y la quiebra con sus dientes finos. Cuando estoy en la ventana me dice ¡brinca! detrás del oído. Aquí en la cama se acuesta a mis pies como un niño y me ilumina el insomnio con luces de artificio. Nunca se está quieto. Anda como un maldito, como un loco, adivinando cosas que no me digo. Quien sabe qué gotas pone en mis ojos, que me miro a veces cara de diablo cuando estoy distraído. De vez en cuando me toma los dedos mientras escribo. Es raro y simple. Parece a veces arrepentido. El pobre no sabe nada de sí mismo. Cuando soy santo me pongo a murmurarle al oído y lo mareo y me desquito. Pero después de todo somos amigos y tiene una ternura como un membrillo y se siente solo el pobrecito.
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